jueves, 27 de octubre de 2011

La Venezuela que conocí


Fotos: E.Carvajal

Muchos jóvenes ven como única solución las armas
La Venezuela que conocí

Caracas/2009.-Ese viernes, en una noche cálida de cervezas y tabaco, lo que más me impactó fue la conclusión de la conversación: “la única solución para arreglar lo que está pasando aquí es con las armas, no hay otra”, dijeron varios universitarios, mientras metían la mirada en el suelo.
Pero, ¿están preparados?, les pregunté. Uno de ellos, a mi izquierda, tomó un trago y dijo: “somos conscientes de que nos van a masacrar, pero esperamos que, en un momento, tomen conciencia de lo que están haciendo y se detengan”.
Las políticas y medidas del presidente Hugo Rafael Chávez Frías impulsan a estudiantes, de escasos 23 años, a pensar que la vía armada es la única solución.
En el horizonte venezolano no se vislumbran cosas buenas, todo lo contrario. “Aquí, hay que salir a tirar piedras a las calles”, dijo otro joven cerrando su puño.
Solo pensar en la imagen de una masacre me hiela la sangre. Unos defendiendo las migajas que les han dado (porque nunca nadie les dio nada) y otros recuperando lo que les están quitando.

Dólares, buen negocio
El jueves 28 de mayo, el avión llegó al aeropuerto de Maiquetía sin mayores problemas, más que mi nerviosismo por el aterrizaje.
Esperando las maletas, un asiático, que por lo visto vive en Venezuela, me comentó sorprendido, viendo una tienda de licores, que los precios no estaban regulados por el tipo de cambio que impone el Gobierno. “La semana pasada era otra cosa”, aseguró.
Un dólar, en la Venezuela de Chávez, cuesta más de dos mil bolívares, pero en la del pueblo, su precio alcanza los seis mil. Un buen negocio.
Voy rumbo a Valencia. Una ciudad industrial de 1,8 millones de habitantes divididos en dos realidades: los del norte, con dinero, y los del sur, sin recursos.
Vamos por una autopista, de dos carriles, a 120 kilómetros por hora. Velocidad moderada, me comentó el chofer, ya que otros viajan a 160 o más.
A ese paso van las leyes en la Asamblea Nacional de Venezuela, donde Chávez goza de una mayoría absoluta.
Después de febrero pasado, cuando obtuvo el sí para la reelección indefinida, se han producido cambios. Muchos dicen que se quitó la careta.
No solo la reelección es criticada, también las nacionalizaciones y expropiaciones de empresas y fincas, las cuales, se asegura, amenazan la propiedad privada.
En el hotel, aunque hay televisión por cable, fue inevitable ver el famoso programa “Aló Presidente”, cuyo conductor principal es el mismísimo Chávez.
Luego hay que ver noticieros del canal Globo Visión para saber lo que el Gobierno no quiere que se informe.
De nuevo, Venezuela se parte en dos. El Presidente reparte títulos de propiedad y el noticiero informa de un grupo de personas que fueron sacadas de sus viviendas y no tienen a dónde ir.  El noticiero replica las palabras del escritor peruano, Mario Vargas Llosa, y afirma que Venezuela se convierte en Cuba.
Pero, en medio de los dimes y diretes, 29 millones de venezolanos esperan que alguno de los bandos los saque de la inseguridad, miseria y pobreza.

Consumismo
En medio del calor político, el venezolano saca su tiempo para no pensar en izquierdas y derechas. Trata de llevar una vida, entre lo que se puede, normal.
El sábado, los centros comerciales estaban abarrotados de personas, unas haciendo fila en los bancos para sacar el dinero de su quincena, y otras comprando y comiendo en los restaurantes de comidas rápidas. Al consumismo nadie lo puede borrar de golpe.
Tampoco se pueden eliminar los barrios pobres de Caracas.
En las montañas que rodean la ciudad, en lugar de árboles hay casas, callejuelas y delincuencia.
Muchos de estos “malandros”, como los llaman aquí, bajan a las autopistas a asaltar a los conductores. Pistola en mano, les apuntan por los vidrios y no hay otra opción que darles lo que piden. Ni el socialismo ni la derecha han podido eliminar a los ladrones.
El domingo, cuando el avión despega de Caracas, lo único que le pido a Dios es que no se cumpla la conclusión a la que llegaron esos estudiantes y la sangre de inocentes no sea el costo de la “democracia”.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Ron con dólares, por favor



Fotos: E.Carvajal


La Habana.- Son las 11 de la noche y salimos del aeropuerto internacional José Martí, en La Habana, directo a Varadero. Es un viaje de más de dos horas por una carretera oscura, donde apenas puedo divisar a lo lejos algunas luces. Para mí, esto es un sueño.  Estoy en el país al que siempre había querido viajar y a mi lado está Mónica, la mujer que amo, mi esposa.
Cuba se abre frente a mis ojos como una ciudad oscura. A lo largo del camino varias personas piden un aventón. El conductor del microbús pone las luces largas para poder divisarlos en la calle y sigue a la misma velocidad. 
Los grandes hoteles, el festín del todo incluido, las tiendas a un lado del camino, las carreteras de primera calidad, los carros europeos, último modelo, las noches de fiesta… Aquí no hay límite para nadie, siempre y cuando, tenga dinero para pagar todo lo que pueda comer, beber y tener.
El régimen hizo de Varadero una gran caja registradora donde lo más importante es obtener la mayor cantidad de euros o dólares posibles, para qué o para quiénes, no lo sé.
Estoy en el país que ocupa el cuarto lugar en el Índice de Desarrollo Humano, según un informe de la Organización de las Naciones Unidas.
-“Señor, lo llevo al mercado de artesanías más grande”, me dice un hombre que trabaja como cochero en Varadero.
-¿Cuánto cuesta?, pregunto.
-10 pesos los dos, responde.
Ese hombre gana 12 pesos mensuales y todo lo que hace como cochero se lo entrega al Gobierno. Tiene familia en Estados Unidos y no sueña con irse de su país. Aquí, asegura, vive tranquilo. “Allá (en Estados Unidos) mi familia vive preocupada, pensando en cómo pagar sus hipotecas, en cambio, yo, tengo casa, pago tres pesos de luz, no pago el agua y mis hijos tienen una educación completamente gratuita. Me dan la comida, la cual me alcanza para todo, no necesito más”, nos comentó.
Habla varios idiomas y lo vemos alejarse con unos estadounidenses.
Cuba obtuvo el primer lugar de aprendizaje, en el 2008, tras ser evaluada por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco)  seguida por Uruguay, Costa Rica, Chile y México.

Adiós Varadero
Nos vamos de Varadero en una tarde soleada donde, los vientos del Norte, obligaban a usar un buen suéter para aplacar el frío. Adiós paraíso tropical, a los hoteles de lujo, a la comida de 24 horas sin restricciones.
Cuba es hermoso por donde quiera que se vea. Es una isla montañosa con pueblos llenos de arquitectura española, de una belleza escénica solo comparable con la hermosa Cartagena, en Colombia.
El autobús llega a La Habana a eso de las 6 de la tarde. La ciudad, como cualquiera del mundo a esa hora, está repleta de gente que va de regreso a sus casas y de vehículos, modernos y antiguos, que apresuran su paso por las calles habaneras. Aquí viven dos de los 11 millones de personas que deben someterse a las leyes de los Castro.
El sol cae y deja sus últimos rayos sobre la ciudad. La escena es preciosa. Me parece estar oyendo los acordes de Silvio Rodríguez y la letra que dice: “Vivo en un país libre, cual solamente puede ser libre, en esta tierra, en este instante y soy feliz porque soy gigante, amo a una mujer clara que amo y me ama…”
Al otro día, a las 6:30 a.m., estamos recorriendo los rincones de La Habana vieja. Sus calles empedradas, sus plazas y callejuelas. Por un lado se desborona y por el otro la reconstruyen. En una esquina se ve gris y negra, en otra amarilla y café. Su arquitectura es la misma, su cara es diferente.
Entramos en una pequeña venta de artesanías y rápidamente nos damos cuenta que también funciona como una casa. A un lado la muñeca de madera y los timbales y en el otro la refrigeradora  y la cocina. Todo integrado.
En una de las avenidas de La Habana vieja sorprenden a un lado y al otro las tiendas con ropa, tenis de marca, de todo para el que pueda pagarlas. Obviamente, no había nadie en ellas. Es un espejismo de mal gusto.
El día pasa con un calor intenso, las calles habaneras llenas de gente, el capitolio, copia exacta del de Estados Unidos es un sitio obligatorio donde paran cientos de turistas y en sus gradas, un hombre invita a tomarnos una fotografía con una cámara antigua, como un recuerdo inolvidable de La Habana.
La escena del sol cayendo sobre La Habana se vuelve a repetir. La melancolía me invade, son las últimas horas en esta capital, donde siempre soñé estar y donde espero regresar, otra vez, y a lo mejor, quedarme para siempre.
Tal vez en una Habana libre, como la de hora, pero libre de las telas de araña que la amarran a un pasado que se debe superar, caminando sola, sin los “Dioses” que la dominan en este momento y dándole paso a esa nueva generación de jóvenes, que quieren seguir viéndola libre, pero libre de todo.