¡Échele gallo, meta la espuela!
En medio de la sangre de los animales se realizan apuestas que alcanzan sumas de hasta ¢1 millón
ecarvajal@aldia.co.cr
Domingo 4 de marzo, 2007. “¡Éste sí es un gallo señores, éste sí es un gallo!”, grita un hombre
en el centro de la gallera. Los asistentes enloquecen. El animal, pluma
blanca, con el cuello y los ojos bañados en sangre, tiene la pelea
perdida. Pero aquí, al igual que en el fútbol, no hay nada escrito: se
levanta en el aire y, de un espuelazo, deja al otro tendido en el suelo.
En ese momento, los jueces agarran los gallos. Como
dicta la regla, los ponen a pelear en tres ocasiones, pero en cada una,
un gallo cae sin levantarse.
“¡Este sí es un gallo señores!”, grita el dueño y sus amigos, mientras recogen los ¢100 mil de la apuesta.
Señoras y señores, me encuentro en lo que me dicen es la
mejor gallera del país en un cantón de Puntarenas. Hecha en perlín, de
pisos de cemento, encierros para los gallos, cocina, cerveza, tragos,
comida y sanitarios.
80
peleas se pueden llegar a librar en una sola tarde y noche en cualquier de las galleras ilegales del país
¢1
millón se pueden llegar a apostar en una sola pelea de gallos. La apuesta se acuerda en la gradería.
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Al centro, el ring. Hecho de cemento con una alfombra roja y de cinco metros de diámetro. A su alrededor, las graderías.
Reyes de sangre
El grito de unas 150 personas se confunde con el canto
de los gallos. –Le voy al carmelo, le voy al carmelo, dice un hombre de
pie y señala con su mano izquierda, el gallo que está en una esquina.
–¿Cuánto?, le responde otro, sentado al extremo de la gradería.
Con la mano señala que cinco (¢5 mil). Con la cabeza, el otro le responde que sí. Trato hecho.
En otro extremo, un hombre transa más de tres apuestas.
Con uno apostó ¢20 mil, con otro ¢10 mil y a otro le aceptó una de ¢5
mil.
En el centro de la gallera están los dos jueces y los
dueños de los gallos. Uno de los jueces coge un limón y lo mete en las
espuelas de carey. La idea es eliminar cualquier veneno. Luego, alza
las alas y les echa agua. Todo está listo. Son las 3 de la tarde del
pasado domingo 25 de febrero.
Los gallos están en el centro. Me sorprende ver a dos
animales tan pequeños a punto de matarse y la gente grita, como loca,
transa apuestas y anima a su gallo favorito. Los jueces los sueltan. Al
instante se encrespan y en segundos se picotean y se espolean.
Me es difícil ver el instante en que se hieren. Lo
único que observo es cuando se levantan. Mueven las alas y tiran las
patas.
En las gradas, como si los gallos entendieran, la gente les grita en cada lance.
“El Pinto” tiene 13 peleas ganadas y los triunfos de
“El Carmelo” apenas suman cinco. El primero viajó desde San José, y el
segundo, de Parrita. Su pelea fue la sétima y la apuesta de ¢75 mil.
De frente, encrespados, en la gradería solo se escucha: ¡Échele gallo, meta la espuela!
La danza de la muerte dura solo 5 minutos. Son las 3:05
de la tarde. Bañado en sangre, cortado en su cuello y sin un ojo, El
Pinto se rinde. Gana El Carmelo. Su dueño lo alza y le chupa la sangre
del pico para oxigenarlo.
Los que ganan, recogen sus apuestas. Los que pierden retiran los restos del animal. Y el ritual no cede. Vienen más peleas.
En el centro de la gallera, uno de los jueces grita que hay tiempo hasta las 5 de la tarde para negociar más combates.
Hay muchos gallos apuntados y les puede dar las 10 de la noche.
Los que pierden siempre son los gallos. Sino mueren, quedan ciegos o mal heridos. ¡Échele gallo, meta la espuela!
La estrategia
Los gallos son pesados antes de la pelea. En una pizarra
acrílica se anota el nombre del dueño y luego el peso de los gallos que
trae a pelear.
Luego de que se pactan las peleas, a los gallos se les
ponen las espuelas con cinta adhesiva y una calza de metal. Debe quedar
bien ajustada para que no se suelte.
Cientos de personas llegan y se van de las galleras que
funcionan en el país. En muchas se cobra una entrada de ¢2 mil a todos
los que llegan a ver la pelea.
Los gallos se llevan a un redondel de unos cinco metros
de diámetro donde hay dos jueces y sus dueños. El tiempo de cada pelea
se controla con un reloj.
En medio de la pelea se siguen haciendo apuestas en las
graderías. Muchos llegan a apostar con más de tres personas sumas que
van desde ¢10 mil a ¢50 mil.
La pelea termina cuando uno de los dos gallos muere. En
otras ocasiones, el gallo perdedor no puede pelear más por las heridas y
los jueces cancelan el enfrentamiento.
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Nadie los frena
17 de abril, 1997
Unos 60 gallos de pelea son decomisados en una gallera
en Dulce Nombre de Coronado, donde se encontraban unas 150 personas,
incluídos menores de edad.
17 de agosto, 1998
Oficiales de radiopatrullas sorprenden a 70 personas en
una gallera ubicada en calle Fallas de Desamparados donde,
supuestamente, realizaban fuertes apuestas.
7 de mayo, 2000
Un hombre de apellido Rodríguez intenta agredir con un
machete a dos policías que tratan de impedir una pelea de gallos en
Santo Domingo de Sámara, Nicoya.
15 de julio, 2002
La Fuerza Pública desmantela una enorme gallera en San
Miguel de Naranjo de Alajuela. Las autoridades sorprenden allí a unas
200 personas, entre hombres, mujeres y adolescentes.
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Fue a ver y ahora es un “gallero”
Los galleros le chupan la sangre y oxigenan a los gallos luego de que terminan la pelea. Erick Córdoba |
Hace cuatro años, un amigo, que a la vez era empleado de
él, lo llevó a una gallera. Desde aquel momento quedó enamorado y
decidió convertirse en todo un “gallero”.
A este hombre, vecino de Cartago, no le importó que el
31 de enero de 1974, en el diario oficial La Gaceta, se prohibieran las
peleas de gallos.
“Esto es una tradición de muchos años en el país”,
comentó el gallero que no quiso ser identificado. Los gallos se
“juegan”, como dicen ellos, los fines de semana, por lo general, los
domingos. Hay una gallera en el Pacífico central, otra en la zona de
Naranjo, Liberia y en Los Guido en San Miguel de Desamparados.
“Galleros” hay en todo el país desde San Carlos, Zapote, Curridabat, Parrita, Cartago hasta Limón.
Tres meses
Este gallero cartaginés tiene 37 gallos. Los cuida, les
da alimento y los prepara para cada pelea. Un gallo en “entrenamiento”
puede tardar unos tres meses antes de su primera pelea.
“Les damos vitaminas para endurecer la piel. Es
importante que lleguen en buenas condiciones para la pelea”, explica el
gallero.
Este hombre tiene encierros y un sitio especial donde
los entrena. No escatima gastos. “Ser gallero es todo un orgullo. Más
cuando los gallos que uno juega son buenos y ganan. Eso da más
prestigio”, manifestó convencido.
Si un gallo queda mal herido, ellos mismos buscan
medicinas para curarlo, muy pocos veterinarios atienden y trata a este
tipo de animales.
Muchos mueren en la pelea y otros quedan ciegos, estos
últimos son utilizados como “padrotes”. “Se deben aprovechar para sacar
crías, ya que son animales que demostraron ser buenos peleadores”,
indicó el gallero.
Hay que pagar
Las apuestas hay que pagarlas. Es un código en los
“galleros”. Por lo general, el juez que regula la pelea es quien tiene
el dinero de los dos contrincantes. Al final se lo da al ganador. Las
apuestas se hacen entre el público en las graderías también tiene un
código de honor.
El que no paga se atiene a las consecuencias. Se
arriesga a que nadie quiera apostar con él, lo pueden sacar de la
gallera o incluso la pelea puede pasar, de los gallos, a los humanos.
“Es muy peligroso, por eso si se viene a una gallera hay que tener el
dinero en la mano para poder apostar, de lo contrario, es mejor quedarse
queditico”, explicó el gallero.
En estas actividades, donde la mayoría de las personas que asisten son hombres, también se pueden observar mujeres y niños.
Por lo general, las esposas de los galleros y sus hijos, quienes también viven con las peleas.