lunes, 28 de mayo de 2012

¡Meta la espuela!

Foto Flotante: 1523111Centenares viven el rito de las galleras clandestinas 

¡Échele gallo, meta la espuela!

En medio de la sangre de los animales se realizan apuestas que alcanzan sumas de hasta ¢1 millón

Erick Carvajal M.


Domingo 4 de marzo, 2007. “¡Éste sí es un gallo señores, éste sí es un gallo!”, grita un hombre en el centro de la gallera. Los asistentes enloquecen. El animal, pluma blanca, con el cuello y los ojos bañados en sangre, tiene la pelea perdida. Pero aquí, al igual que en el fútbol, no hay nada escrito: se levanta en el aire y, de un espuelazo, deja al otro tendido en el suelo.
En ese momento, los jueces agarran los gallos. Como dicta la regla, los ponen a pelear en tres ocasiones, pero en cada una, un gallo cae sin levantarse.
“¡Este sí es un gallo señores!”, grita el dueño y sus amigos, mientras recogen los ¢100 mil de la apuesta.
Señoras y señores, me encuentro en lo que me dicen es la mejor gallera del país en un cantón de Puntarenas. Hecha en perlín, de pisos de cemento, encierros para los gallos, cocina, cerveza, tragos, comida y sanitarios.
80
peleas se pueden llegar a librar en una sola tarde y noche en cualquier de las galleras ilegales del país
¢1
millón se pueden llegar a apostar en una sola pelea de gallos. La apuesta se acuerda en la gradería.
Al centro, el ring. Hecho de cemento con una alfombra roja y de cinco metros de diámetro. A su alrededor, las graderías.
Reyes de sangre
El grito de unas 150 personas se confunde con el canto de los gallos. –Le voy al carmelo, le voy al carmelo, dice un hombre de pie y señala con su mano izquierda, el gallo que está en una esquina.
–¿Cuánto?, le responde otro, sentado al extremo de la gradería.
Con la mano señala que cinco (¢5 mil). Con la cabeza, el otro le responde que sí. Trato hecho.
En otro extremo, un hombre transa más de tres apuestas. Con uno apostó ¢20 mil, con otro ¢10 mil y a otro le aceptó una de ¢5 mil.
En el centro de la gallera están los dos jueces y los dueños de los gallos. Uno de los jueces coge un limón y lo mete en las espuelas de carey. La idea es eliminar cualquier veneno. Luego, alza las alas y les echa agua. Todo está listo. Son las 3 de la tarde del pasado domingo 25 de febrero.
Los gallos están en el centro. Me sorprende ver a dos animales tan pequeños a punto de matarse y la gente grita, como loca, transa apuestas y anima a su gallo favorito. Los jueces los sueltan. Al instante se encrespan y en segundos se picotean y se espolean.
Me es difícil ver el instante en que se hieren. Lo único que observo es cuando se levantan. Mueven las alas y tiran las patas.
En las gradas, como si los gallos entendieran, la gente les grita en cada lance.
“El Pinto” tiene 13 peleas ganadas y los triunfos de “El Carmelo” apenas suman cinco. El primero viajó desde San José, y el segundo, de Parrita. Su pelea fue la sétima y la apuesta de ¢75 mil.
De frente, encrespados, en la gradería solo se escucha: ¡Échele gallo, meta la espuela!
La danza de la muerte dura solo 5 minutos. Son las 3:05 de la tarde. Bañado en sangre, cortado en su cuello y sin un ojo, El Pinto se rinde. Gana El Carmelo. Su dueño lo alza y le chupa la sangre del pico para oxigenarlo.
Los que ganan, recogen sus apuestas. Los que pierden retiran los restos del animal. Y el ritual no cede. Vienen más peleas.
En el centro de la gallera, uno de los jueces grita que hay tiempo hasta las 5 de la tarde para negociar más combates.
Hay muchos gallos apuntados y les puede dar las 10 de la noche.
Los que pierden siempre son los gallos. Sino mueren, quedan ciegos o mal heridos. ¡Échele gallo, meta la espuela!
La estrategia
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Los gallos son pesados antes de la pelea. En una pizarra acrílica se anota el nombre del dueño y luego el peso de los gallos que trae a pelear.
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Luego de que se pactan las peleas, a los gallos se les ponen las espuelas con cinta adhesiva y una calza de metal. Debe quedar bien ajustada para que no se suelte.
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Cientos de personas llegan y se van de las galleras que funcionan en el país. En muchas se cobra una entrada de ¢2 mil a todos los que llegan a ver la pelea.
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Los gallos se llevan a un redondel de unos cinco metros de diámetro donde hay dos jueces y sus dueños. El tiempo de cada pelea se controla con un reloj.
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En medio de la pelea se siguen haciendo apuestas en las graderías. Muchos llegan a apostar con más de tres personas sumas que van desde ¢10 mil a ¢50 mil.

La pelea termina cuando uno de los dos gallos muere. En otras ocasiones, el gallo perdedor no puede pelear más por las heridas y los jueces cancelan el enfrentamiento.
Nadie los frena
17 de abril, 1997
Unos 60 gallos de pelea son decomisados en una gallera en Dulce Nombre de Coronado, donde se encontraban unas 150 personas, incluídos menores de edad.
17 de agosto, 1998
Oficiales de radiopatrullas sorprenden a 70 personas en una gallera ubicada en calle Fallas de Desamparados donde, supuestamente, realizaban fuertes apuestas.
7 de mayo, 2000
Un hombre de apellido Rodríguez intenta agredir con un machete a dos policías que tratan de impedir una pelea de gallos en Santo Domingo de Sámara, Nicoya.
15 de julio, 2002
La Fuerza Pública desmantela una enorme gallera en San Miguel de Naranjo de Alajuela. Las autoridades sorprenden allí a unas 200 personas, entre hombres, mujeres y adolescentes.
Fue a ver y ahora es un “gallero”
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Los galleros le chupan la sangre y oxigenan a los gallos luego de que terminan la pelea.
Erick Córdoba
Hace cuatro años, un amigo, que a la vez era empleado de él, lo llevó a una gallera. Desde aquel momento quedó enamorado y decidió convertirse en todo un “gallero”.
A este hombre, vecino de Cartago, no le importó que el 31 de enero de 1974, en el diario oficial La Gaceta, se prohibieran las peleas de gallos.
“Esto es una tradición de muchos años en el país”, comentó el gallero que no quiso ser identificado. Los gallos se “juegan”, como dicen ellos, los fines de semana, por lo general, los domingos. Hay una gallera en el Pacífico central, otra en la zona de Naranjo, Liberia y en Los Guido en San Miguel de Desamparados.
“Galleros” hay en todo el país desde San Carlos, Zapote, Curridabat, Parrita, Cartago hasta Limón.
Tres meses
Este gallero cartaginés tiene 37 gallos. Los cuida, les da alimento y los prepara para cada pelea. Un gallo en “entrenamiento” puede tardar unos tres meses antes de su primera pelea.
“Les damos vitaminas para endurecer la piel. Es importante que lleguen en buenas condiciones para la pelea”, explica el gallero.
Este hombre tiene encierros y un sitio especial donde los entrena. No escatima gastos. “Ser gallero es todo un orgullo. Más cuando los gallos que uno juega son buenos y ganan. Eso da más prestigio”, manifestó convencido.
Si un gallo queda mal herido, ellos mismos buscan medicinas para curarlo, muy pocos veterinarios atienden y trata a este tipo de animales.
Muchos mueren en la pelea y otros quedan ciegos, estos últimos son utilizados como “padrotes”. “Se deben aprovechar para sacar crías, ya que son animales que demostraron ser buenos peleadores”, indicó el gallero.
Hay que pagar
Las apuestas hay que pagarlas. Es un código en los “galleros”. Por lo general, el juez que regula la pelea es quien tiene el dinero de los dos contrincantes. Al final se lo da al ganador. Las apuestas se hacen entre el público en las graderías también tiene un código de honor.
El que no paga se atiene a las consecuencias. Se arriesga a que nadie quiera apostar con él, lo pueden sacar de la gallera o incluso la pelea puede pasar, de los gallos, a los humanos. “Es muy peligroso, por eso si se viene a una gallera hay que tener el dinero en la mano para poder apostar, de lo contrario, es mejor quedarse queditico”, explicó el gallero.
En estas actividades, donde la mayoría de las personas que asisten son hombres, también se pueden observar mujeres y niños.
Por lo general, las esposas de los galleros y sus hijos, quienes también viven con las peleas.

viernes, 2 de marzo de 2012

SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO


Nicaragua, 3 de Marzo 2008. "Buenas noches Managua... aunque me dijeron que hay de otros lugares, buenas noches, rectifico, Nicaragua..." fueron las palabras de Silvio Rodríguez aquella noche.

Han pasado cuatro años de aquel concierto y lo recuerdo como si hubiera ocurrido ayer. Mis amigos, mi novia (ahora mi esposa), Silvio Rodríguez y Nicaragua. ¿Se puede pedir más? No. 

Un día antes todo se empezó a fraguar con el viaje en bus, Peñas Blancas, el Lago de Nicaragua, los volcanes, que hermoso país, Managua, la pizza, el Flor de Caña, los recuerdos y las canciones.

Y a ese mejunje de cosas había que agregarle el cumpleaños de Alberto, años de no verlo, desde que se fue a Honduras y ahora lo encontrábamos en una Managua, en medio de un carnaval, con el concierto de Silvio a las puertas y con recuerdos de colegio imborrables.

Faltaron muchos, Alejandro Imbach, Roberto Ulloa, Luis Lizano y Leonardo Paniagua, éste último artífice y cómplice de aquella reunión. Brindamos un par de veces por ellos, se los aseguro.

...Me vienen a convidar a arrepentirme,
me vienen a convidar a que no pierda,
mi vienen a convidar a indefinirme,
me vienen a convidar a tanta mierda....


Con esa canción inició el concierto. Sentados casi a la par del escenario. No hubo detalle que nos perdiéramos, ni canción que no fuera cantada. Todavía tengo la grabación de aquella noche, Silvio se escucha a lo lejos y en primer plano mis amigos, los de siempre, los de verdad. 

martes, 28 de febrero de 2012

NO TE PIDO QUE ME BAJES UNA ESTRELLA AZUL


La Sabana.- Su voz ya no es la misma. A los 70 años, difícilmente, se puede cantar con aquellos tonos de la juventud. Sin embargo, la esencia de Pablo Milanés sigue intacta. La noche fría fue cómplice de un concierto que reunió a cientos en el parque La Sabana, muchas veces abandonado a su suerte en las noches.

De Milanés escuchamos casi todo, solo faltó una, que quizás nunca iba a interpretar en Costa Rica, pero que es una de las canciones más bellas que tiene: "Son de Cuba a Puerto Rico". Aquella canción, que canté cientos de veces, en una sala, con amigos y guitarras, nunca la pude escuchar en vivo y creo que nunca la voy a escuchar de la voz de Milanés.

Esa canción, la que faltó esa noche en La Sabana, habla de una Cuba que desea ver libre a un Puerto Rico, que no sabe, ni ha podido liberarse de su esclavitud. Una isla que en sus entrañas desea tomar sus propias decisiones, como una nación más de Latinoamérica.

Recuerdo que, en aquellas noches, de amigos y canciones, cuando escuchaba aquellas estrofas: "...cuando se alzó mi bandera, la tuya lo haría igual y fue esa vez la primera, que juntos quisimos volar...", no podía dejar de cuestionarme que muchos países de América Latina viven la misma situación de Puerto Rico, aunque se dicen ser democráticos, tienen elecciones y "eligen" a sus presidentes: no son libres para decidir su destino.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Vecinos del San Juan claman por ayuda


Fotógrafo: Manuel Vega/Al Día

Comunidades no tienen luz, agua potable, ni caminos de acceso


Erick Carvajal M.
Edgar Chinchilla
ecarvajal@aldia.co.cr

14 de Mayo, 2007. Río San Juan. - Aquí nadie entiende de leyes, ni de juicios, pero sí saben que necesitan arreglar las calles, atención médica, agua potable y electricidad. “Claro, allá hay de todo, aquí vivimos en un atraso de casi 50 años”, comentó Eduardo Cerdas, de 74 años y vecino de la comunidad fronteriza de Cureña, a la par del río San Juan.
123 días después de la llegada del sandinista Daniel Ortega a la presidencia de Nicaragua, la situación es más estricta. Ni los sacerdotes pueden ir a celebrar misa a las comunidades ticas de la margen del río, porque les cobran $25 (¢13 mil) cada vez que pasan.
El 29 de agosto del año pasado, Costa Rica presentó una acusación contra Nicaragua ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ), con sede en La Haya, Holanda para garantizar la libre navegación sobre el río.
En diciembre pasado, se anunció que el tiempo del litigio podría reducirse y pasar de cuatro años a dos, también bajaría el costo del juicio estimado en ¢800 millones.

Llenos de necesidades

“Antes se podía pescar, ahora no. Si nos agarran, nos quitan las lanchas y hasta podemos ir a la cárcel en San Carlos de Nicaragua”, manifestó Cerdas.
Él es el habitante más viejo que hay en Cureña, comunidad de más de 40 familias, que sobreviven a la orilla del San Juan. Cerdas explicó, el viernes pasado, que antes podían vender una vaca o un chancho en el lado nica, pero ahora está prohibido.
Las lanchas militares de Nicaragua hacen recorridos una o dos veces por semana, precisamente para evitar la pesca o la navegación ilegal de personas. “Aquí llevamos una vida campesina, con más de 50 años de atraso con respecto a las cosas que disfrutan en San José, pero del lado nica es peor”, afirmó Cerdas.

Noches cómplices

En Cureña, las noches son cómplices de la pesca, tanto de peces como de camarones.
Pescan para llevar alimento a sus hogares y también para vender en bares, donde el kilo de camarón lo pagan a ¢7.500.
Parte del dinero se invierte en combustible para las lanchas y la otra en comestibles. Aquí nadie paga luz ni agua, porque no hay.
Jarmir Aguilar, vecina de Cureña y estudiante de cuarto año del colegio de Boca de San Carlos, pasa por el río para ir a estudiar. “Si no lo ven al otro lado no hay problema”, dijo la joven.
A las 5 p.m. nadie puede moverse en el San Juan. Ningún tico salvo un caso médico de urgencia.
Adrián Lizano, que tiene ocho meses de vivir en Cureña, se gana la vida sembrando ñame. “La situación es difícil cuando no se puede pescar”, manifestó.
Lizano recordó que una vez tuvo que salir de emergencia con su esposa enferma y no lo querían dejar pasar porque olvidó el papel de zarpe (documento que les dan para poder navegar a los vecinos ticos del San Juan). “Todo depende del humor con que estén ese día los militares. Si están de buenas pasás”, dijo.

Visión turística

En Boca de San Carlos, la tensión es la misma. Hay que tener los papeles en mano sino no se puede mover a ningún lado.
María Dávila, una pequeña empresaria de la zona, lo único que pide es un mejor acceso.
Con mucho esfuerzo acondicionó su casa para recibir turistas, pero se siente abandonada por el Gobierno.
Para poder llegar a Boca de San Carlos hay que transitar más de 60 kilómetros desde Pital, por un camino de piedras y barro. “No se vende nada en 15 días y a la plata no se le puede dar vuelta, nadie viene”, comentó Dávila.
Mientras Dávila espera que alguien la escuche, los abogados sacan copias, alistan alegatos y viajan hasta Holanda.
En las márgenes del San Juan, las necesidades, afirman sus residentes, están en las casas de madera y en el estómago, y nadie quiere verlas. Con los ¢800 millones del juicio: ¿Cuántas cosas se podrían arreglar aquí?

sábado, 26 de noviembre de 2011

¡QUE BUEN NEGOCIO ES LA REVENTA!


Tomado de alda.co.cr /Fotógrafo: José Rivera

 Alajuela/25 de noviembre 2011.-Soy el número cincuenta de la fila. Son las diez de la mañana y la fila avanza un metro por hora, veo que no voy a conseguir entradas para el clásico de ida en el Morera Soto.

– “Que problema, esto no camina y debería estar en el INS “, me dice un joven que está delante mío y que claramente es mensajero.
“Vengo por cuatro entradas de platea Oeste y ante lo que pasa no me hago ilusiones”, añade.

Al frente, tres hombres miran a la espera de que se agoten las entradas y empiece su negocio: revendedores.

–Lo único que tengo es gradería (¢7 mil era el precio de venta en el estadio) y se las vendo en doce mil colones (¢5 mil de diferencia, me dice un revendedor.

– “Bueno, ando buscando platea pero, ¿en cuánto me deja esas si le compro cinco?, le pregunto.

– “En doce, no puedo bajarle nada”, me responde, sin embargo, 30 minutos antes le había hecho un rebajo de ¢1.500 a otra persona.

No compro nada y regreso a la fila. La gente se incomoda. ¡A ver guachi ese ya compró, sáquelo!, grita un manudo desesperado.

Los revendedores siguen apostados al frente, esperando que sus “presas” no tengan posibilidades.

Pasa una hora y nada. A una mujer que está en la ventanilla le dicen que no le pueden vender porque ella ya compró.

Se arma la bulla. “¡Sáquenla, es morada!” grita un aficionado y la fila responde con chiflidos. Ella no quiere irse. Los revendedores se aprovechan de los aficionados, les piden que les compren entradas a cambio de unos colones.

¡A ver qué pasa, esa doña es morada!, le vuelven a gritar a la aficionada. La fila no se mueve.

Un grupo decide ir donde los revendedores pensando que comprando varias harán precio. No consiguen nada.

A las 11:15 a.m., se abre una puerta del estadio y sale una mujer con varios carteles: “Entradas agotadas”.

Vuelven los chiflidos, la fila se rompe y los revendedores se frotan las manos. Si Alajuelense empata o gana en Tibás, el precio sin duda alguna aumentará.

Publicado en Al Día: http://www.aldia.cr/ad_ee/2011/noviembre/26/deportes2989907.html

sábado, 19 de noviembre de 2011

Anoche vi a Fidel Gamboa

Tomado de www.grupomalpais.com
La Sabana/Noviembre 2011.-Anoche, al frente mío, había un niño como de diez años, moreno, gordito, pelo rizado, que se emocionada con cada una de las canciones que tocaba Malpaís junto a la Orquesta Filarmónica Nacional, en el Estadio Nacional. Creo que era Fidel Gamboa. Estaba feliz. Junto a su madre se movía al ritmo de la música y cantaba, no paraba de cantar…

Anoche, en el cielo oscuro que cobijaba La Sabana, había una estrella solitaria, luminosa, admirando un espectáculo único, histórico, un pueblo cantando las canciones de su poeta, vibrando con cada letra, con cada sonido de marimba y ¡ guipipía !, creo que era Fidel Gamboa. Allá en lo alto aquella estrella brillaba intensamente…

Anoche vi a Fidel Gamboa. Lo vi en las lágrimas del maestro Marvin Araya, mientras dirigía la Filarmónica y la gente cantaba a una sola voz junto a Adrián Goizueta, esa hermosa canción llamada Presagio, “Cuidao mama, que allá vienen las bestias, se acercan levantando polvo en el llano…”

Tomado de aldia.co.cr /Fotógrafo Carlos Borbón
También lo vi en un muchacho de pelo largo, camiseta negra, con aretes en su nariz, agitando su cuerpo al ritmo de los violines. En un señor a pocos metros del muchacho, con un chaleco de rombos, pelo corto, anteojos. En una señora con un chal blanco para protegerse del frío y también lo vi cada vez que mi esposa me cantaba al oído alguna de sus canciones…

Lo pude ver cada vez que las personas gritaban “otra, otra” en cada golpe que daba Manuel Obregón a la marimba y de ella salía ese sonido tan costarricense, que me llenaba el pecho, que hacía que mi corazón palpitara más rápido y que me hacía sentir orgulloso de mi país, “Se que a veces miro para atrás, pero es para saber de dónde vengo…”

Y en especial lo vi cuando su hermano Jaime Gamboa cantaba cada una de sus canciones, en las voces de Iván Rodríguez, Marta Fonseca, de Arnoldo Castillo, Bernardo Quesada, y Daniela Rodríguez, y el maestro Rubén Blades, “al final solo quedan, de una percha colgados, su sombrero de fieltro, su paraguas de mayo…”

Anoche vi a Fidel Gamboa cuando volví a ver para atrás y supe de donde vengo.

jueves, 17 de noviembre de 2011

El Chorrillo ardió como Berlín

Foto: E.Carvajal.

Ciudad de Panamá/Enero 2011.-Estoy parado en una esquina y a dos casas a mi izquierda está el hogar de Roberto "Mano de Piedra" Durán, el legendario boxeador panameño. Claro, estoy cerca de lo que fue su primer hogar. Aquí, hace 22 años, un 20 de diciembre de 1989, el corregimiento de El Chorrillo fue bombardeado por los Estados Unidos.
Los proyectiles, que caían lanzados desde el mar, y 26 mil soldados estadounidenses invadieron Panamá bajo el nombre de una operación denominada "Causa Justa". Las cuadras siguen siendo tan pobres como cuando las bombas las destruyeron. Nada ha cambiado.
Según datos oficiales de los Estados Unidos, en total, fallecieron 314 militares panameños, 202 civiles y 23 soldados estadounidenses. Las cifras extraoficiales hablan de 6 mil víctimas civiles.
Estoy sentado, en una de las esquinas de El Chorrillo, comiendo pescado frito. La temperatura es alta. El Gobierno panameño realiza trabajos de remodelación en algunos de los edificios, haciendo mejoras en infraestructura, con el fin de cambiarle la cara al lugar.
Los que venden pescado ni se inmutan. Con un techo hecho de latas viejas en sus cabezas evitan que los pedazos de cemento les caigan encima a ellos y a mí también. ¿Cómo sabe un pescado frito aquí? ¡Delicioso! Es lo único que puedo decir.
La vida se detiene por un instante. El ajetreo de Ciudad de Panamá se olvida, los Diablos Rojos pitando por todo lado, cientos de personas caminando por sus aceras, los gritos de los taxistas peleando con los demás choferes.
Aquí, en El Chorrillo, se escucha a lo lejos una mujer hablando con su vecina, muchachos jugando en la calle, algunos niños corriendo y la pobreza, común denominador, estableciendo el control de clases:  nadie es más que nadie, nadie tiene más que nadie.
Estadísticas del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización de Naciones Unidas, Panamá tiene el ingreso per cápita más alto de América Central, de unos $13.090. Ese dinero, no lo veo en estas calles.
El Cuartel General de las Fuerzas Armadas de Panamá queda a 300 metros de esta esquina, rodeado de la clase más pobre de esta ciudad, que ahora en el 2011, tiene niveles de inversiones económicas altísimos, pero nadie vuelve a ver para abajo, nadie se acuerda de El Chorrillo.
Sentado, bajo las latas de este techo improvisado, no dejo de pensar en la canción de Rubén Blades, “20 de diciembre” y en aquella frase que dice:

“…La confusión era infernal. Llovían bengalas, lanzadas
desde el mar. ¿Cuántos murieron? No lo sé.
Niño Jesús, dígalo usted….”

Hoy, no llueven bombas, llueven necesidades.