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Foto Manuel Vega |
Isla del Coco, Oceano Pacífico/Junio, 2005.- Desesperado, Esaú Arias, peruano de 30 años, amarró una botella
a la cuerda de pescar; adentro iba un papel en el que se leía una sola palabra: ¡Auxilio!
Arias y 87 náufragos más, ecuatorianos y peruanos, cuyo deseo era llegar a los Estados Unidos, pensaron que este era el final, hasta que fueron rescatados y llevados a la Isla del Coco. La botella los salvó de la muerte.
La tragedia de estas 88 personas también me sirvió a mí y a mi compañero, Manuel Vega, fotógrafo de Al Día, para descubrir y conocer uno de los pedazos de tierra costarricense más enigmáticos y alejados del continente.
A 555 kilómetros de distancia, en el Puerto de Golfito, la nave patrullera "Pancha Carrasco", sus 10 tripulantes y 10 personas más, entre Fuerza Pública, Migración, Cruz Roja y periodistas, zarpamos el domingo 29 de mayo a las 6 p.m., con el objetivo de llevar comida y atención médica a los náufragos.
Luego de 29 horas de viaje, encontramos la Isla del Coco, a las 10 p.m., rodeada de lanchas pesqueras que acechaban sus riquezas marinas. Los pescadores tienen prohibido pescar en una zona de 12 millas náuticas (22,2 kilómetros), pero poco les importa. Como llegamos de noche, no se pudo desembarcar, por lo que tuvimos que dormir, otra vez, en la Pancha.
A la mañana siguiente, no puedo creer y tampoco describir lo que ven mis ojos. La isla se abre frente a nosotros majestuosa, con cientos de aves revoloteando en sus montañas, con nubes que bajan por sus laderas. La escena es una de las más bellas que Dios me ha permitido observar.
En una pequeña embarcación llamada "Sodiak" bajamos rumbo a la playa. Es indescriptible tanta belleza natural: cataratas de agua dulce caían directo al mar mientras el agua clara del océano dejaba ver un poco de su vida marina.
La Isla del Coco fue declarada parque nacional el 22 de junio de 1978 y Patrimonio de la Humanidad en diciembre de 1997. Actualmente los guarda parques poseen un equipo de comunicación sofisticado. Desde hace un año y medio, disfrutan del servicio de Internet vía satélite, cuentan con electricidad gracias a la planta hidroeléctrica Río Genio, construida por el Instituto Costarricense de Electricidad (ICE) y hasta hay dos teléfonos públicos.
Los días pasan y no quiero irme. Tengo que enviar notas diariamente al periódico sobre lo que viven los náufragos, sus historias, sus deseos de “un sueño americano”, las muchas veces que han intentado llegar a la tierra del Tío Sam y no han podido.
Creo que soy uno de los pocos periodistas que ha podido transmitir su material escrito y las fotografías que, toma Manuel, vía internet. Es un privilegio. Diariamente le cuento a los lectores de Al Día lo que pasa. ¿Quiénes son estas personas?, ¿por qué se dieron por muertas en un barco que se inundaba? y, al final, como una embarcación de la organización Marviva los remolcó hasta su salvación.
La libertad que se respira aquí es única. No hay carros, no hay calles, no hay gritos, no hay edificios, no hay celulares… Es desconectarse y volver a un mundo natural donde ni siquiera se necesita salir con la billetera en el pantalón, para qué, no sirve de nada.
Es común ver cerca de las instalaciones de los guarda parques como llegan los venados, los cerdos, las aves. En medio de sus densos bosques, habitan 60 especies propias de la isla, de las cuales sobresalen el palo de hierro, el guarumo y la palma de coco. Dentro de las aves más importantes que hay en la isla, están el mosquerito de cocos, el cuclillo de cocos y el pinzón de cocos.
Un buque de la fuerza naval del Ecuador llega a la isla para trasladar a los náufragos a su país. Se acerca con esto el fin de nuestra estadía en esa mágica isla.
Pero, ¿por qué se llama Isla del Coco? Cualquiera pensaría que se debe a la existencia de la palma de frutos de coco, pero en realidad es porque está cargada de agua potable, como el coco.
De hecho, por años fue punto de abastecimiento de navíos. Los ríos de mayor longitud son el río Genio que desemboca en la bahía Wafer, el río Iglesias que desemboca en la bahía Iglesias y río Chatham que desemboca en la bahía Chatham.
Precisamente es, desde bahía Wafer, que vemos por última vez la Isla del Coco. En una tarde de junio nos alejamos, de regreso a Golfito. Atrás queda la magia de un lugar donde el tiempo no importa, donde la naturaleza le enseña al hombre como se debe vivir.